lunes, octubre 29, 2012

Disfraz.

Todos sus amigos, felices, llegaron al acuerdo de ir disfrazados. Todos, menos él, que pasa con antifaz casi todo el día. Claro que eso es difícil de entender, sobre todo cuando no es normal, común o sensato pensar que alguien anda con un antifaz, para sobrellevar de buena forma la carga del estrés. Su identidad secreta es su bien más preciado, y debe cuidarlo a toda costa, porque de ello depende su vida. 

Como todos los días, el sol despierta a duras penas y alcanza su cama, como arrastrando los rayos por sus sábanas. La luz molesta y el calor igual. "Es hora de despertar, de intentar salvarme un día más" dice para sus adentros. Esa es la tónica del día. 

No se pone su antifaz hasta que sale de su cueva interconectada, donde en la intimidad de un millón de personas que no se miran a los ojos, abre un libro y con cada pasaje, vibra cada fibra de su cuerpo hasta llevarlo al borde del llanto. "Compostura", piensa. Pero siempre se escapa una que otra lágrima.

Ya con su antifaz puesto, prende un cigarrillo: el arma perfecta, que podría ser su escudo, y mientras se relaciona con las personas, se convierte en lo que ellos necesitan. A veces, es un hermano, un amigo o enemigo, o alguien que habla mucho, quizás un estratega y hasta diseñador. Todas tareas que él cree banas y terrenales, pero que encierran un sentido único que mantiene el equilibrio del mundo, la expresión de la gente. 

Por eso, cuando se junta con aquellos que conocen su secreto, no lo entienden muy bien. Porque creen que sigue siendo el mismo tipo con el antifaz, que sirve para cumplir cualquier rol, cuando se necesite. Pero no es así, en ese momento, no le debe responder a nadie. Sólo es. 

Entonces, sus amigos entusiasmados quieren disfrazarse. Felices de cumplir otro rol. Él no, el único papel que le interesa interpretar, es el de él mismo. Sin antifaz. 



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