jueves, septiembre 30, 2010

El Regreso a Casa

Su novia le pidió que se quedase, pero él no quiso, los dichos de su madre, de la poca comunicación, de la soledad y de otro montón de cosas, hicieron una fuerza que no pudo resistir. Así, con el dolor de su alma, dijo que no y después de una larga despedida, cruzó la enorme reja que protegía la casa de su amada.
La noche estaba más fría y cruda de lo que él podía recordar, estaba todo peligrosamente tranquilo, como antes de una tormenta. Nada se movía, todo parecía estático, flotando sobre alguna materia negra que con el correr de los minutos se hacía más densa y oscura.
Caminó a través de la plaza desierta, escasamente iluminada por esos malditos focos que lo saturan todo de color amarillo. Parecía como si él fuese la única persona que pisaba la tierra en ese momento, mientras el frío le calaba los huesos. Llegó al solitario paradero de costumbre, que estaba particularmente menos amarillento que el resto de las cosas. Se aisló del mundo y espero pacientemente a que pasara su micro. Y por cerca de treinta minutos, la música de sus audífonos fue la que reinó en la calle, hasta que a lo lejos se divisó el bus de costumbre.
Subió, sin mirar a nadie. Nadie lo miró tampoco. Apareció el flash verde que iluminó las caras tristes de los que estaban dentro.
Fue todo demasiado rápido, pero normal a estas alturas de la noche. Normal, hasta que se bajó en la mitad del camino a su casa, momento en el cual un potente rayo azulado cruzó el oscuro cielo, acompañado del estruendo de edificios y el crujido del pavimento. Las pocas personas que estaban con él, ya en la avenida principal, comenzaron a caminar más rápido, como cuando tienen miedo, pero sus caras estaban demasiado cansadas para expresarlo.
Se sacó los audífonos. Algo le dijo que necesitaría de sus cinco sentidos para llegar a su casa esa noche.
Pero primero era necesario observar con atención lo que estaba sucediendo: por alguna razón que desconocía, todo lo que el podía llamar mundo, comenzó a destruirse, a la luz de similares rayos azules, usando como orquesta el sonido que hace el concreto al romperse. Sin embargo, había algo que no encajaba en ese escenario apocalíptico, todo se dirigía al cielo. Las partes de esos enormes edificios se dirigían hacia arriba, lentamente, al igual que todas las ventanas rotas y asfalto que era removido de violentamente.
Era demasiado caos junto para tomar una decisión buena, pero decidió hacerle caso a su instinto, y se refugió en el paradero más próximo, tentando a la suerte, probando la valentía de alguna persona que se atreviese a salir a esas alturas de la noche, con el semejante caos inverosímil que reinaba.
Definitivamente, él era el único que estaba en ese sitio. El rumor de los pasos rápidos de las otras personas, se había desvanecido. Sintió miedo, al fin, pero la soledad era más importante en su interior. Así, se encogió y abrazó sus piernas, acompañado de las notas idiotas que salían del único audífono que tenía puesto, como un intento para ahuyentar a la muerte.
La espera fue eterna, pero recompensada. Entre todo ese desorden de concreto y asfalto flotante, las luces del mismo bus que acostumbraba tomar a esas alturas de la noche, avanzaba lento, esquivando cuidadosamente los obstáculos.
Se subió y el brillo de sus ojos llorosos, se cruzó por un segundo con los del conductor. Él también tenía miedo. Ambos lo tenían. Pero ninguno se atrevió a romper la tensión con una palabra de aliento.
Se sentó cerca del conductor, para no sentirse tan solo.
Y en ese viaje a casa, él sintió muchísima pena a ver todo completamente destrozado por una fuerza que no entendía. La música que sonaba en su oído era el único nexo que le quedaba con el mundo que conoció alguna vez. El bus comenzó a acelerar, a moverse más bruscamente y de repente, el asfalto que aún quedaba por la calle, comenzó a ser arrancado tan violentamente que lo volcó. También comenzó a elevarse, como todo a su alrededor, pero muchísimo más rápido.
Él sólo sufrió algunos rasguños, pero sabía que el conductor no había corrido la misma suerte. Buscó un lugar para resguardarse en el fondo de ese enorme bus flotante, que se elevaba rápido. Pero, de pronto entendió que la única manera de salvarse, era saliendo de allí. Estaba a más de mil pies de altura, pero debía salir de alguna forma, porque sino, sería en vano haber dejado la casa de su amada. Porque sino, sería anulado todo el esfuerzo que había puesto para llegar hasta ese punto, tan cerca de su hogar.
Así, lanzó su mp3 contra la ventana más grande que encontró y sólo le restaba saltar. Pero apareció ese maldito miedo que nunca pudo enfrentar. Nunca antes había estado tan consciente de cuan alto estaba, nunca le había dado mucha importancia. Él, su miedo y el abismo, nada más.
Mientras más tardase en saltar, más alto estaba. Así, bajo toda esa presión y apunto de llorar, saltó.
El destino lo quiso. La sensación de caída para él, era completamente desconocida hasta ese momento. Sintió frío, mientras lograba divisar sus audífonos destrozados en el suelo. Cada vez estaban más cerca. Nada lo iba a salvar. Sólo cerró los ojos y siguió cayendo.