viernes, mayo 07, 2010

Lo que más quieres en el mundo


El arácnido de dimensiones descomunales emergía del bosque, en medio de la oscuridad espesa y casi asfixiante de aquella noche llena de temor.
Cristián estaba frente a ella, inmovilizado. Se supone que debía correr, se supone que debía pensar en correr… pero todo estaba congelado por las proporciones de aquella bestia que hacía chocar sus colmillos enormes contra los árboles, haciendo un estruendo terrible. Y eso era lo único que el cerebro de aquel chico podía asimilar.
La bestia estaba a un metro de él, cuando recién pudo reaccionar al ver su reflejo en los múltiples ojos de aquella araña que jamás había imaginado. Corrió, pero fue demasiado lento para el animal, que logró alcanzar su pierna, aunque por primera vez, la suerte estuvo de su lado y el colmillo se rompió. Le inyectó un líquido anestenciante, el mismo que utilizaba para torturar a sus víctimas antes de dársela a sus crías.
Cristián luchó con todas sus fuerzas para sacar el colmillo de su pierna, mientras la bestia huía ofendida, cuando vio los rayos de luna que se colaban desde el inicio del bosque. Por ahora, estaba a salvo. Con una enorme herida en la pierna que no sentía.
Se arrastró como un gusano y, cuando pudo sentir su pierna otra vez dos días más tarde, usó el colmillo como bastón. Caminó hasta el pueblo más cercano y se detuvo sólo cuando vio a esa joven. Un rostro blanco, adornado con largos cabellos ondulados y una sonrisa que se deformó al ver la herida de Cristián. La bella chica se acercó y ahí pudo ver los ojos más brillantes y expresivos que conocía.
Su nombre era Bárbara, y lo llevó a su casa. Le limpió la herida con sumo cuidado, como si él fuera la única persona que existía, la vendó y luego se asombró al ver el enrome colmillo que traía por bastón. Era hora contar su historia.
Así, Cristián le dijo que a las afueras de su pueblo, había un bosque que encerraba los tesoros más grandes que el hombre había podido conocer, pero estaba custodiado por ejército de arañas gigantes que le temían a la luz. También le contó lo duro del viaje hasta allá y lo fácil que retrocedió porque el miedo lo contaminó hasta la última célula de su cuerpo.
Ella, Bárbara, contestó con unas simples palabras:
- Yo no le temo a las arañas, no importa el tamaño. No les tengo miedo, seré tu compañera. Si es lo que más deseas en este mundo, te acompañaré hasta que logres tu objetivo.
Tres semanas más tarde, después de que las heridas de Cristián habían sanado, estaban frente al mismo bosque, con la luna fulgurante de fondo. Al chico le pareció peligrosamente parecida la escena.

Bárbara lo tomó de la mano y la apretó fuertemente. Se adentraron en el bosque, aunque al segundo pasó, comenzó ese maldito estruendo de colmillos arácnidos. Cada vez sonaba más cerca, cada vez Cristián estaba más nervioso, cada vez la blanca mano de Bárbara se apretaba más. "Somos uno" pensaron los dos, al tiempo que una de las ocho patas de la bestia aparecía en medio de la oscuridad, con ese brillo metálico terrible.
El corazón de Cristián retumbaba en el bosque, y que junto al vapor eléctrico del miedo que emanaba de su boca, era lo único se podía percibir. Hasta que Bárbara gritó:
- ¡Hey! Acá estamos animal. Acá está el humano que te arrebató el honor junto con tu colmillo.

La araña se dio vuelta, rompiendo todo a su paso. Estaba enfurecida, herida, indignada. Y de ahí mismo sacó velocidad e ira para cazar a sus presas, que habían desaparecido cuando se pronunciaba la última sílaba del grito. Cristián no sabía qué hacer, no pensaba, no confiaba, no tenía la blanca mano de Bárbara entrelazada con la suya. Se había perdido en la oscuridad terrible del bosque con aquella araña gigante.
La pudo ubicar cuando un agudo grito ensordecedor estremeció hasta la última hoja del bosque: estaba en las fauces de aquel animal de ocho patas.
Una voz en la cabeza de Cristián lo guió en su actuar, le dijo "Son uno, ella y tu, son uno… sálvala aunque te cueste la vida"
Así lo hizo, sacó el valor del dulce olor a vainilla que, hasta en las fauces de la araña, Bárbara lograba emanar. "Sálvala, rescátala, no seas cobarde… no le tienes miedo". Alguien que era Cristián multiplicado por diez usó la voz del chico:
- Escúpela, al que quieres es a mi. Tengo tu colmillo, ven a buscarlo si no quieres verlo clavado en tus recuerdos.

El arácnido respondió al desafío, escupió a Bárbara que estaba completamente anestesiada, y se puso en frente del chico. Cristián no sabía lo que hacía. Olvidó el maldito estruendo de su único colmillo. Saltó, corrió, volvió a saltar. Se escondió y usó la oscuridad a su favor. La araña estaba desorientada. Nadie sabía, nadie veía, sólo sentían al rival, mientras Bárbara estaba tirada en el suelo, inmóvil.
De pronto, se escuchó un ruido de árboles y Cristián, alumbrado por aquella hermosa luz de luna a la que tanto temía la araña, estaba encima de la bestia. Clavó el colmillo en medio de esos múltiples ojos que vieron su expresión de triunfo mezclada con miedo. Luego soltó un chillido tan molesto que hizo vibrar hasta el alma del chico. El arácnido se derrumbó igual que una torre de diez pisos y Cristián, sobre ella, gritó tan fuerte. Nunca supo si lo hizo por miedo o por alguna otra razón.

Una semana más tarde, Bárbara despertaba de su sueño, con su piel blanca y su olor a vainilla, en medio de la cama. Frente a ella, estaba Cristián, durmiendo. Le pareció más maduro, más viejo, más lastimado. La chica se levantó con dificultad y despertó al joven que había matado a aquella araña gigante y le preguntó por esos tesoros. El chico dijo "No importa, tranquila, lo bueno es que estás bien, viva y a salvo". Ella lo abrazó fuerte, y su calor revivió el alma de Cristián que aún seguía asustada por esa araña. Ese efecto sólo lo puede tener algo que remplaza a todo esos tesoros, que es lo Cristián deseaba de verdad. Amor, sólo Amor y poco de cuidado.