miércoles, junio 19, 2013

La barra que parpadea: sobre escribir, o mejor dicho, de no hacerlo

En la esquina de la página que está en blanco, la barra está parpadeando. Está ahí y no tiene vida alguna, pero a veces siento que me mira y me juzga, me pregunta ¿Qué rayos tienes en tu cabeza que no te deja escribir? ¿Hace cuánto que no llenas el pozo?

Sinceramente, el bloqueo siempre está y hay que reconocerlo, una cosa muy distinta es que me haga el tonto, lo ignore y continúe con mi vida. Pero siempre llega un momento, después de 5 años, un mes o una semana en la que no escribo, en donde la barra que parpadea sigue mirándome, en medio de un mar blanco que amenaza con ahogarme. 

Hay veces en la que me pregunto si de verdad ya no puedo escribir algo que me guste realmente (Sí, que a mí me guste) o simplemente es una fase del "proceso creativo" y simplemente va a pasar, como cuando terminas una relación o peleas con tu mejor amigo. Y no me deja de llamar la atención los ejemplos que ocupé.

Así lo siento. Siento que en algún momento yo y el papel nos agarramos de las mechas y él ganó, haciendo que cada vez que esa barra que parpadea me mire, me ponga nervioso, mi cerebro se tranque y la idea (o las ideas) no fluya(n). O quizás, nunca fue un amigo. O quizás ya no siento necesario escribir. 

He tratado de encontrar respuestas, he justificado mi ausencia frente al papel, he pensado que quizás toda esa chispa creativa se fue mientras estudiaba publicidad, o se apagó en el momento en que me dije "Cristián, en serio ya no eres creativo". Hasta he hecho responsable a mi lazo con la guitarra, una conquista reciente, de que no pueda escribir "como antes", cuando era más pequeño que ahora y estaba en medio de mi búsqueda de identidad. Claro que ahí el pozo era bastante más fácil de llenar, o al menos así lo pienso. 

Quizás, ahí está el asunto: sigo pensando en que cuando me siento a escribir, sigo siendo el mismo que era cuando estaba ávido de contar historias de muerte, puertas cerradas y desilusiones amorosas. Por eso me siento juzgado por esa maldita barra que sigue parpadeando en la esquina de la página en blanco, porque esa avidez ya no está, porque ahora me preocupo de canalizar la energía en otro lado. Ya no quiero hablar de muerte o de oportunidades perdidas, o quizás si quiero, pero no de la forma impulsiva en que lo hacía antes. Tomé conciencia de que al final, vale más pensar antes de actuar, que actuar y pagar los platos rotos. 

Mejor me quedo con la frase que me hizo entender por qué quiero escribir: 

"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo", la dijo Oscar Wilde, y aunque El Retrato de Dorian Grey lo haya encontrado más lento que el infierno, es una frase en la que puedo encontrar consuelo, fuerzas y ánimo para, de vez en cuando, ganarle la partida a esa barra parpadeante y a ese tribunal blanco que juzga las cosas que escribo.